LA EDUCACIÓN SEXUAL EN LA NUEVA NORMALIDAD

La educación sexual ha dejado de ser una asignatura pendiente en España para convertirse, tras la situación generada por el coronavirus, en una materia fantasma. Es obvio que la COVID-19 no solo ha puesto a prueba nuestro actual sistema de enseñanza. Sino que asimismo ha perfilado los posibles efectos negativos en el desarrollo académico y psicosocial de los más jóvenes (Brazendale et al., 2017; Wang et al., y Brooks et al., 2020). Si bien el cierre de los centros educativos fue una medida excepcional para evitar la propagación del coronavirus y el colapso de los hospitales. Ahora nos encontramos en un nuevo escenario: la vuelta al cole en la nueva normalidad.

La educación sexual difícilmente puede considerarse efectiva si queda acotada a una sesión de 50 minutos durante un curso escolar

La educación desempeña un papel sumamente importante en los jóvenes, tanto en lo que respecta a las necesidades de aprendizaje académico como a aquellas competencias, conocimientos y destrezas de carácter psicosocial. Es justo en este último aspecto donde debe considerarse la educación sexual. En países como Holanda, Alemania, Suecia o Finlandia la educación sexual está incluida en el currículo escolar. Pero en el caso de nuestro país, las formaciones que se hacen al respecto tienen un carácter puntual. Y a menudo se hacen tarde y mal.

En primer lugar, la educación sexual difícilmente puede considerarse efectiva si queda acotada a una sesión de 50 minutos durante un curso escolar. Entiendo perfectamente que haya personas que crean en los milagros. Pero nunca está de más recordar que estos son competencia de Dios y no de los profesionales de la sexología. En segundo lugar, la educación sexual todavía es entendida como un recurso para ‘apagar fuegos’. Es decir, muchas veces se hace educación sexual cuando ha surgido un problema o conflicto en el aula: acoso escolar por razón de sexo u orientación sexual, prácticas de sexting generalizadas, casos de sextorsión, un embarazo no deseado, el conocimiento de un delito de abuso sexual infantil en el centro educativo… Sin embargo, es un error considerar la educación sexual como un remedio en lugar de como un valor para el desarrollo personal, social y relacional de los jóvenes.

La buena voluntad no se traduce en profesionalidad

En tercer lugar, la educación sexual no puede ser impartida por cualquier profesional sino que se requiere de una formación específica. Del mismo modo que una profesora de Literatura no se va a poner a dar clases de Tecnología. Una persona que no es profesional en educación sexual no debería realizar dicha actividad. No dudo que haya personas que tengan muy buena voluntad a la hora de hacer educación sexual. Pero la buena voluntad no se traduce en profesionalidad. Por ejemplo, yo puedo tener muy buena voluntad para ayudar a una persona durante un ataque de apendicitis, pero pese a esa predisposición no voy a practicarle una cirugía. ¿Me explico? En todo caso, le llevaré a un hospital o le pondré en contacto con un profesional adecuado que pueda ayudarle con las mayores garantías.

No me cansaré de repetir que los jóvenes tienen derecho al conocimiento. Y que ese conocimiento implica, por supuesto, el acceso a una educación sexual integral, de calidad y adaptada a su edad de desarrollo. Si bien la educación sexual puede realizarse durante la infancia, trabajando aspectos como el autoconcepto, las diferencias anatómicas o el respeto a su propio cuerpo, cobra una mayor urgencia en durante la etapa de la preadolescencia, la adolescencia y la juventud. En este periodo donde aparecen los primeros cambios corporales, se dan los primeros noviazgos (y desamores) o acceden de forma regular a contenidos de carácter pornográfico.

Es importante, también en la nueva normalidad, promover y asegurar espacios seguros para la juventud en cuanto a la educación sexual

Posponer, rehuir o excusar que ‘ahora no es el momento’ constituye un retroceso en lo que respecta a los derechos sexuales y reproductivos de las personas. Aprovechar la situación generada por el virus y el cierre de las instituciones educativas para limitar el acceso a la educación sexual es una forma de empobrecer el desarrollo psicosocial de nuestros jóvenes. Al igual que se han considerado herramientas y metodologías específicas en la formación online, también debe incorporarse la formación en educación sexual en esos procesos.

Si no tienen la información y las herramientas adecuadas, los chicos y las chicas solo tendrán como alternativa la información distorsionada y los modelos de sexualidad que vende la pornografía. Es muy fácil culpar a los jóvenes de que son ‘irresponsables’, ‘sexistas’ o ‘ignorantes’ en cuestiones de educación y salud sexual. Pero lo cierto es que los adultos, especialmente las administraciones públicas, no se preocupan por asegurar una educación sexual continuada, integral y científica. Se necesita no solo un enfoque innovador para hacer educación sexual en este nuevo contexto. Sino, sobre todo, responsabilidad y compromiso por parte de todos los agentes educativos.

 

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